Cochifrito, persona
muy inteligente en esto del arte culinario, me dedicó una recela que, publiqué
después en la sección de cocina que me está encomendada en el periódico El Noroeste, de La Coruña, y que copiada
a la letra dice así:
Habíamos salido de cacería varios aficionados;
y ya en el monte era tal la abundancia de perdices que, con el afán de
cobrarlas, persiguiéndolas, nos distanciamos bastante los unos de los otros, y
nadie se acordaba de comer.
Cuando todos nos reunimos eran las tres de la
tarde; estábamos rendidos de hambre y cansancio, aunque muy alegres porque se
habían matado treinta y tantas piezas; pero lo peor del caso fué que el
encargado de llevar los víveres no aparecía por ninguna parte.
Teníamos el primer ventorro a cuatro horas de
distancia. ¿Cómo matar el hambre?
-No apurarse, dijo uno.
Y el que tal dijo saca de machete y mientras
con él hace un hoyo en la tierra, nos encarga que destripásemos unas cuantas
perdices y aportáramos la leña al lugar de autos.
Terminadas estas operaciones se recubrió el
hoyo por dentro con tomillo, se enterraron las aves sin desplumar, dejándoles
la cabeza fuera, y encima se hizo una gran fogata.
No había transcurrido una hora y saboreábamos
el rico e improvisado manjar, sin plumas, por supuesto, y sin otra salsa, pero
acompáñado de unas galletas y el Jerez que por previsión llevaba en su bolsa
uno de los cazadores.
Aves y caza - 03 .048
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