Procuraréis poneros en posesión de una perdiz,
pero no hagáis caso de aquel refrán que aconseja que debe comerse con la mano
en la nariz, porque las perdices que llegan a esta categoría resultan mejor
aderezadas con las mil sustancias que el matutino y municipal carro de la
campanilla tiene la misión de recoger en la vía pública, que no sometidas a las
cazuelas en donde, pese a las desinfectantes frotaciones de vinagre, y pese
también al subido aroma del ajo machacado, no consiguen jamás verse libres de
ese olor repugnante que sugirió al refranero el tan conocido pareado,
La perdiz
con la mano en la nariz.
Cámaselas el refranero así, si así le
gustaren, y vengan a nosotros de esas perdices que mueren el mismo día o cuando
más la víspera, pues con ellas habremos de entendernos, haciendo votos al cielo
para que nos dé el olfato en su cabal juicio y el paladar en ¡su debido punto
en el momento solemne de hacerlas desaparecer del orbe terráqueo.
Pero antes preparémoslas. Para ello es necesario
desplumarlas, abrirlas con cuidado, vaciarlas de intestinos y demás cosas
innecesarias y repugnantes, lavarlas bien y rellenarlas con un picadillo de
jamón, lomo de cerdo, aceitunas y trufas, todo ello frito de antemano en
manteca de vacas; coserlas después y atravesarlas con un espeto, dándoles unas
vueltas sobre brasas y untándolas de vez en cuando con una mezcla de manteca
derretida, limón y sal.
Si después de preparadas así hay algún
caprichoso que quiera taparse las narices al tiempo de comerlas, puede hacerlo;
pero conste que no es de rigor.
Aves y caza - 03 .048
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