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viernes, 29 de agosto de 2014

Faisan .048

Podemos decir que hace poquísimos años que el faisán es conocido y saboreado en nuestra nación.
Antes era casi una figura mitológica; la mayor parte de los csparioles no lo conocían o cuando más lo habían admirado en alguna colección zoológica, de esas que traían monas amaestradas y focas que decían «papá» y «mamá» y que, a la manera de aves veraniegas, caían sobre los pueblos, estable-ciéndose en desvencijados barracones de madera, en donde los propietarios o domadores hacían la exhibición amenizando el espectáculo con los imper-donables acordes de un furioso organillo, y anunciándolo de sesión a sesión con elocuentes discursos como aquel que empezaba:
«Aquí podrá ver y observar el respetable público la foca marina de dulce mirar y seductora sonrisa...», etc.
Antes el faisán era bocado de reyes o de potentados, peru Francia, que en esto, como en todo, o mejor dicho, más que en nada, marcha al frente de la civilización europea, se ha empellado en que comiesen también faisán los que no tienen dos peselas, y hoy el mercado nos lo ofrece a precios, sino moderados, por lo menos asequibles a la mayor parte de las fortunas, pues un faisán no suele exceder de dieciocho a veinte pesetas.
Una prueba de que el predominio del faisán data de muy pocos años acá, es que la mayor parte de los escritores culinarios modernos apenas se ocupan de él en sus tratados, y el mismo Angel Muro al escribir su inimitable Practicón, pasó sobre este punto como por sobre ascuas, tratando al «pajarito» como un ave rara; rara avis, que decía el latino, y perdóneseme la traducción un tanto libre.
Lo cierto es que los que vivimos en el siglo XX, siglo del modernismo, tenemos el indiscutible derecho de comer faisán, y por eso lo trataremos con alguna más confianza que lo hicieron nuestros abuelos y nuestros padres.
Quédense todavía para alimento de hadas las lenguas de canario y los filetes de pechuga de pájaro-mosca; pero venga a nosotros la preciada ave que nos ocupa, y en nuestras cocinas será tratada ya sin más miramientos que los tributados a un capón de Villalba o a una gallina cebada.
Quedamos, pues, en que el faisán no es ninguna cosa del otro mundo, y que hoy puede comerlo todo aquel que lo desee, teniendo apetito y cuatro duros disponibles, o en defecto de ellos un amigo que sea tan generoso que lo mande a casa.

Aves y caza - 03 .048

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