La perdiz es el más embodegonado de los animales de pluma.
Exposición de segunda fila en capital de segundo orden,
cátate ahí, en la pared del a izquierda, a la sufrida perdiz enseñando sus
patitas rojas, su pechuga blanca, su montuno e irisado pelaje.
El bravo animalillo hasta tiene la mala suerte de que,
para retratado, siempre lo quieren muerto.
Y menos mal si el embodegonador no anda lejos de los
merecimientos de tan ilustre difunto, que piezas he visto yo en lienzo que no
las firmaría el más infortunado cazador.
En todo caso, yo prefiero la perdiz, ya alborotando cielos
velazqueños con el golpe vivo de sus alas, ya estofada sin demasiados adobos
extranjeros.
Y digo ésto porque, a la perdiz, en plateada bandeja o en
humilde barro, lo que mejor le va es la potenciación de sus propios sabores.
Ella, que reúne en sí los más fuertes aromas de la
naturaleza, que sabe a aguas amargas, a romero, a ruda, a laurel, a cereales, a
sol, no necesita, en la cocina, de dulces y picantes extremosos, de la misma
manera que, en el lienzo, no le convienen esos churretones que desnaturalizan
su festoneado y noble plumaje.
Aves y caza - 03 .047
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